DOS
POEMAS DE DOLORES VEINTIMILLA DE GALINDO
Quejas, un poema muy representativo de esta insigne poeta
cuencana donde describe el dolor, la tristeza, la melancolía por un amor no
correspondido que incluso induce al suicidio.
¿Qué os hice
yo, mujer desventurada,
que en mi
rostro, traidores, escupís
de la infame
calumnia la ponzoña
y así matáis
a mi alma juvenil?
¿Qué sombra
os puede hacer una insensata
que arroja
de los vientos al confín
los lamentos
de su alma atribulada
y el llanto
de sus ojos? ¡ay de mí!
¿Envidiáis,
envidiáis que sus aromas
le dé a las
brisas mansas el jazmín?
¿Envidiáis
que los pájaros entonen
sus himnos
cuando el sol viene a lucir?
¡No! ¡no os
burláis de mí sino del cielo,
que al
hacerme tan triste e infeliz,
me dio para
endulzar mi desventura
de ardiente
inspiración rayo gentil!
¿Por qué,
por qué queréis que yo sofoque
lo que en mi
pensamiento osa vivir?
Por qué
matáis para la dicha mi alma?
¿Por qué
¡cobardes! a traición me herís?
No dan
respeto la mujer, la esposa,
La madre
amante a vuestra lengua vil...
Me marcáis
con el sello de la impura...
¡Ay! nada!
nada! respetáis en mí!
En la segunda estrofa, el yo lírico trata de explicar que es
incapaz de hacer algo al respecto frente a las circunstancia. Su única solución
es echar lágrimas de sus ojos de un ser lastimado. Al hablar de la insensata,
la voz lírica se refiere a sí misma. A parte de expresar enojo, demuestra
tristeza por lo que está pasando.
¡Y amarle
pude! Al sol de la existencia
se abría
apenas soñadora el alma…
Perdió mi
pobre corazón su calma
desde el
fatal instante en que le hallé.
Sus palabras
sonaron en mi oído
como música
blanda y deliciosa;
subió a mi
rostro el tinte de la rosa;
como la hoja
en el árbol vacilé.
Su imagen en
el sueño me acosaba
siempre
halagüeña, siempre enamorada;
mil veces
sorprendiste, madre amada,
en mi boca
un suspiro abrasador;
y era él
quien lo arrancaba de mi pecho;
él, la
fascinación de mis sentidos;
él, ideal de
mis sueños más queridos;
él, mi
primero, mi ferviente amor.
Sin él, para
mí el campo placentero
en vez de
flores me obsequiaba abrojos;
sin él eran
sombríos a mis ojos
del sol los
rayos en el mes de abril.
Vivía de su
vida apasionada;
era el
centro de mi alma el amor suyo;
era mi
aspiración, era mi orgullo…
¿Por qué tan
presto me olvidaba el vil?
No es mío ya
su amor, que a otra prefiere.
Sus caricias
son frías como el hielo;
es mentira
su fe, finge desvelo…
Mas no me
engañará con su ficción…
¡Y amarle
pude, delirante, loca!
¡No, mi
altivez no sufre su maltrato!
Y si a
olvidar no alcanzas al ingrato,
¡te
arrancaré del pecho, corazón!
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